domingo, 14 de junio de 2020

El alcohol como alimento y como forma cultural de consumo

Durante esta pandemia del SAR-Cov-2, o Covid-19, las formas de socialidad y consumo han debido redimensionarse y adaptarse. En contraste con lo sucedido en Europa, Canadá y los EE. UU., para mencionar solo unos ejemplos, donde las bebidas con contenido alcohólico han sido consideradas esenciales para el consumo cotidiano de sus ciudadanos confinados, en Yucatán hemos pasado varias semanas de estricta ley seca, y desde el 1 de junio de 2020, con una venta restringida de estas bebidas. Aunque las equivalencias parecen ser proporcionadas en esta racionalidad (que deduzco, ya que no se hizo pública), se permite la compra de una botella de vino o alcohol, o la de hasta 24 cervezas. ¿Cuál es la lógica de esta equivalencia?


Destruyendo alcohol en los EEUU. Movimiento Temperance.

En los medios locales yucatecos, después de terminar con la ley seca fundamentalista, y al reiniciar la venta, aunque con restricciones, han aparecido editoriales en las que se entrevista a especialistas cuyo discurso transparenta un código moralista. Los títulos de las notas, y lo que expresan en los textos, definen a las bebidas con contenido alcohólico como “bebidas embriagantes”. Se informa que en Yucatán se consume, per capita, ochenta litros de alcohol al año (que, si promediamos, equivale a menos de una cerveza diaria). Esta razón moralista permite decir: un vaso de alcohol = una copa de vino = una botella regular de cerveza. Esto es, si mi “misión” del día es emborracharme, debo consumir botella y media de vino, o una botella de ron, o 24 cervezas. En efecto, en una nota de un periódico regional se ha invocado a la cultura para explicar lo enraizado de la borrachera: los hijos e hijas ven a su padre y madre emborracharse, lo consideran “normal” y cuando crecen, se emborrachan, siguiendo los pasos aprendidos en casa. Sobre las cantidades, no se dice que, a diferencia de lo que sucede en otros estados del país, el consumo de bebidas con contenido alcohólico es primordialmente el de cervezas. Esto, por el clima cálido que prevalece todo el año y que una cerveza fría ayuda a mitigar. Esto contrasta con el consumo menos elevado, pero significativamente alto de alcoholes “duros” como el mezcal o el tequila en zonas más templadas y frías de México, donde menos cantidad de mililitros se traduce en mayores cantidades de alcohol en el cuerpo. 


Imagen del cine mexicano: charros bebiendo tequila. 

Esta diferencia es importante, como señalamos Gabriela Vargas Cetina y yo en un capítulo que publicamos en el año 2005 en el libro Drinking Cultures. Alcohol and Identity, editado por Thomas Wilson (el capítulo se titula “Romantic Moods: Food, Beer, Music and the Yucatecan Soul”). En el volumen, los distintos autores y autoras mostramos que del otro lado de la frontera (moral), el alcohol se consume como parte importante y simbólica de la unión familiar y social. Los distintos trabajos examinan su papel positivo en fiestas religiosas, bodas, reuniones de amigos y familiares. Las bebidas con contenido alcohólico no son embriagantes en si, esto es no contienen en si un “diablo” que induce a cometer pecados indecibles durante la intoxicación. 


Bebiendo vodka en Polonia. 

El alcohol es, en el sentido clásico, como muchas otras sustancias, un Pharmakon (remedio, veneno u objeto culpable -- scapegoat): puede tener efectos positivos sobre el cuerpo y la sociedad, o si se abusa puede tener efectos tóxicos. El acetaminofén nos ayuda a bajar la fiebre, pero si consumimos en una sola toma el contenido de un frasco de píldoras es posible que terminemos en la sala de emergencias de un hospital. En el contexto de la pandemia, las bebidas con contenido alcohólico (mal llamadas “embriagantes”) y quienes las consumen se han convertido en culpables ante el discurso moralista que motivó el movimiento fundamentalista de temperance en los EE. UU. a inicios del siglo veinte y que encontró eco en Yucatán, durante ese mismo tiempo, como bien muestra Angélica Márquez Osuna en su tesis de maestría en ciencias antropológicas con especialidad en etnohistoria de la UADY (Los gobiernos del alcohol en Yucatán: Ciencia, orden y voluntad. El ebrio y el alcohólico a través de la gubernamentalidad en los siglos XIX y XX).


Antonio Fabrés. Los Borrachos, 1896

Dentro de la misma ciencia médica se reconocen los efectos saludables del brandy, el vino, la cerveza, cuando se beben en cantidades moderada: ayudan a mejorar el funcionamiento cardíaco, mejoran las cifras en la hipertensión, previenen otros males del sistema cardiocirculatorio, y otros más. Por otra parte, aunque existen estudios dentro de las ciencias sociales que privilegian los efectos sociales nocivos del alcohol (rebeliones campesinas, por ejemplo), o las penas y logros de quienes se unen a Alcohólicos Anónimos, muchos otros y otras antropólogas han examinado los usos sociales, rituales, simbólicos del alcohol y su impacto benéfico sobre la sociedad. Mary Douglas, por ejemplo, editó en 1987 el libro Constructive Drinking. Como el volumen de Thomas Wilson Drinking Cultures, el de Dwight Heath Drinking Occasions(2000),  y el volumen editado por Schiefenhövel y MacBeth (2013) Liquid Bread: Beer and Brewing in Cross-Cultural Perspective, los autores y autoras muestran cómo las bebidas con contenido alcohólico tienen efectos de cohesión social, de afirmación de afinidades sociales, culturales, políticas, que sostienen la socialidad humana, y marcan (inclusive religiosamente) la importancia de distintos momentos en la vida de los individuos, sus familias, grupos de amistades o de la sociedad a la que pertenecen.


Brindis en boda. Imagen del Internet. 

Beber líquidos que contengan alcohol no es malo en si. Mientras en Yucatán de manera casi estereotípica algunos talking heads (cabezas hablantes) de los medios locales acusan a los padres borrachos de criar hijos borrachos, en otros lugares la familia es donde se aprende a beber socialmente, con moderación. Cuando en los 1990s hacíamos investigación en Cerdeña, Italia, entre pastores de ovejas y cabras, era común escuchar: “Quien no bebe en compañía es un ladrón o un espía”. Todas las tardes, después de días intensos de trabajo, los pastores se reunían en el bar (que no es una cantina, es un establecimiento donde se bebe desde agua mineral, y café, hasta cerveza, vinos y grappa) a compartir cervezas y discutir el trabajo del día cumplido y de las semanas que siguen, así como a coordinar sus esfuerzos sobre territorio comunal. En las mesas familiares se servía vino diluido a los menores de edad, y se consumía vino o cerveza con la comida sin emborracharse. Nos parecía interesante (y nos lo sigue pareciendo) que la grappa, un destilado de la uva, fuese una bebida “femenina” y que hombres y mujeres en la región sobrepasan los 100 años de edad en números importantes – tanto así que se considera una de las poblaciones más longevas del mundo. Trasquilar las ovejas era un evento social. Varios pastores (amigos entre si) se reunían para trasquilar cada rebaño, y el resto de los y las participantes preparaban ensaladas, asaban carnes ricas en grasa, y al finalizar el trabajo se comía, se bebía cerveza y vino, y se cerraba la comida con uno o dos copitas de grappa. En Madrid, Sevilla y en creo la totalidad de las ciudades y poblados españoles, jóvenes y adultos salen a las calles a visitar bares donde consumen tapas y beben una cerveza, copa de vino o cava, o un jerez, y siguen su ruta de bares con los y las amigas. La borrachera es más un accidente que algo que se busque voluntariamente (aunque gente adicta existe en todo el mundo). Y en lugares como Finlandia, Rusia y Polonia, el emborracharse con las y los amigos no es visto como algo patológico, sino como algo que subraya los lazos afectivos entre parientes y/o amigos. En todo el mundo, excepto entre evangélicos y musulmanes, el consumo de bebidas con contenido alcohólico es parte de la vida cotidiana, y a lo largo de la historia se han señalado sus efectos positivos sobre la salud. En Yucatán, hace décadas, la cerveza León Negra era considerada parte importante de la dieta de mujeres embarazadas para favorecer la lactancia materna. Hoy, bajo el dictum de la ciencia moralista, se condena el consumo de vino o cerveza durante el embarazo, como si por acompañar una comida con una copa de vino fuese a conducir a la mujer a la embriaguez y crear dependencia en el bebé.


Pastores sardos comiendo en el campo. 

Sin menospreciar los casos de dependencia al alcohol, o sus efectos negativos en algunos casos, es importante reconocer que constituyen un alimento saludable y en muchas sociedades son parte esencial de la dieta cotidiana. Más aún, es necesario reconocer que estas bebidas tienen un valor positivo como cemento de las relaciones sociales. El llamar a estas bebidas “embriagantes” revela un prejuicio moralista hacia el consumo de estas bebidas. Este discurso moralista es frecuentemente revestido como discurso “científico” que condena a los individuos que lo consumen bajo el estigma de alcohólico. Pero quién es o no un sujeto alcohólico es también definido por formas culturales de entender y definir sus formas apropiadas o no de consumirlo. Creo que en el caso local yucateco es importante considerar que la cerveza constituye el mayor ingrediente en los mililitros consumidos anualmente, y no es válido compararlo con el consumo en mililitros de regiones donde se consume, por ejemplo, tequila o mezcal. El clima se combate con, y las relaciones afectivas en la región se renuevan con, el consumo social de estas bebidas de contenido alcohólico. 


Bar de tapas. Sevilla. 

Para concluir, es solo moralismo obcecado el demonizar el consumo de bebidas alcohólicas y señalar sus efectos negativos, especialmente bajo las condiciones de una pandemia que ha obligado a muchas familias a permanecer confinadas en condiciones muy lejanas a las habituales. En estas condiciones, un vaso de vino con la comida constituye un placer que ancla a la persona a un mundo que se le escapa de control; una cerveza (o dos) bien fría permite mitigar el calor cotidiano, y bebida en compañía de sus familiares es un momento que limita el estrés cotidiano; o un vaso de ron en la noche permite relajar a la persona antes de ir a la cama. Una vez más, llamarlas “embriagantes” es condenar moralmente su consumo y a los y las consumidoras de distintas bebidas con contenido alcohólico.


Fiesta con cerveza.