viernes, 12 de octubre de 2018

La imaginación fílmica del futuro de la comida


Aguacates sin semillas. Imagen del Internet.

Desde su invención, el cine se ha caracterizado por reflejar las preocupaciones de cada época, tanto por lo que muestra como por lo que evita representar. Un tema que se encuentra ligado a cómo imaginamos el futuro es el de la tecnología. Gabriela Vargas Cetina (2013, en Estética y Poder en la Ciencia y Tecnología) describe las posiciones opuestas del tecno-romanticismo y el teco-catastrofismo. Uno informa las utopías alegres del futuro y otro las visiones pesimistas. En uno todos moriremos de hambre, en el otro todos tendremos que comer. Los y las antropólogas tendemos a poner atención privilegiada sobre lo que observamos en la vida cotidiana de las personas, y tendemos a fijarnos en los procesos amplios que significan esas prácticas: la dieta inspirada por la religión, los cambios económicos que afectan la capacidad adquisitiva de bienes de consumo comestible, los efectos de las políticas agrícolas y alimentarias, y los discursos nutricionales que buscan incentivar cambios en el consumo de alimentos. Poco vemos de lo que sucede en otros ámbitos y que impacta nuestra imaginación del futuro de nuestras dietas y estómagos. Los medios en general y el cine en particular contribuyen en mayor o menor medida, según las sociedades, a imaginar qué viene en nuestro futuro de la comida. 


Sandías cúbicas. Imagen del Internet

Sin embargo, la comida misma ha ocupado un papel central en pocas películas de ficción. Por lo general es algo incidental, algo que sugiere que las cosas no han ido bien o que se han evitado las terribles consecuencias de las malas decisiones tecnológicas. Así, en Blade Runner(R. Scott 1982) se nos deja ver un paisaje urbano degradado y contaminado en el que los humanos consumen alimentos sintéticos que parecen ser “naturales”, pero que como los replicantes son creados en el laboratorio. Más adelante, en eXistenZ (D. Cronemberg, 1999) encontraremos de nuevo platillos derivados de cultivos bio-sintéticos. 


Comida callejera biosintética en Blade Runner (1982). Imagen del Internet.



Plato de alimentos biosintéticos en eXistenz (1999). Imagen del Internet

En La Isla (M. Bay, 2005) se nos hace ver como a pesar del desastre ecológico, los y las sobrevivientes, cuyos cuerpos son estricta y rigurosamente vigilados y controlados, reciben alimentos saludables en forma de un engrudo repelente, o si han responsablemente mantenido su balance biológico reciben el “premio” de huevos y tiras de tocino frito. En The Matrix (hermanos Wachowski 1999) encontramos la oposición entre la comida “real” de los miembros de la resistencia – (de nuevo) un engrudo que contiene una mezcla de proteínas, lípidos y distintos nutrientes, que no sabe a nada, pero los mantiene saludables – y la comida del mundo “imaginado” de la red: el bistec jugoso y la copa de vino con los que, en vez de 30 monedas, el Judas que se encuentra vacilando en medio de lo “real” y lo “virtual” traiciona a su grupo. 


Comida "real" en The Matrix (1999). Imagen del Internet


Bistec y vino virtuales en The Matrix (1999). Imagen del Internet

En Interestelar (C. Nolan, 2014), sin necesidad de enfocarse sobre una comida en particular, se nos hace ver (sin explicar) que los monocultivos han conducido al hambre generalizada en la humanidad. Sin embargo, en un hollywoodiano final feliz, los y las sobrevivientes, circulando en colonias satelitales en el espacio, viven felizmente produciendo comestibles agrícolas. De la misma manera, en The Martian (R. Scott 2015), el astronauta abandonado en Marte, quien por casualidad se dedica a la botánica, se las ingenia para plantar papas en el suelo marciano, colonizándolo y afirmando su posesión. Un tema viejo de la imaginación se reencuentra en la serie televisiva Fringe (temporada 5, episodio 3, J. T. Thomas, 2012), en la que uno de los personajes traga una pastilla que, se le informa, es una manzana.


El mundo en Interstellar (2014). Imagen del Internet

Pocas películas de ficción se han centrado en a comida. Un ejemplo temprano es la película Soylent Green (R. Fleischer, 1973). Esta película adopta una postura malthusiana y al inicio nos muestra como el mundo ha pasado desde una relación bucólica con el ambiente en el medio rural de los EEUU, a una sobrepoblación desbordada, al desenfreno de la industria y la contaminación, y al declive de la humanidad que ya no tiene que comer, en el que los humanos viven hacinados sea en la calle, en carros abandonados, o en las escaleras interiores de edificios vigilados por hombres con grandes armas automáticas. Los más o menos privilegiados por tener empleo viven en condiciones de pobreza, en apartamentos en ruinas donde consumen galletas de alimento procesado, derivado de fuentes desconocidas. La corporación Soylent, sin embargo, ofrece los martes su versión en color verde que es la favorita de los consumidores y, dicen, proviene del plancton del fondo del mar. Un personaje anciano en la película recuerda con nostalgia cuando la comida era “natural”. En contraste, los gobernantes y los amos de las corporaciones viven con lujo y tienen acceso a Bourbon de buena calidad, a carne de res, verduras y frutas, todos “naturales”. Sin embargo, (alerta de spoiler) el personaje central descubre que la fuente del Soylent verde no es el plancton sino los seres humanos que son procesados después de su muerte. La frase final es repetida quizás sin sentido para muchos jóvenes que, si vieron la película Cloud Atlas (hermanas Wachowski, 2012), escucharon gritar al personaje escapándose del asilo en el que lo tenían encarcelado: “Soylent Green is people!” Posiblemente sin darse cuenta que era una referencia a una vieja película.


Las galletas verdes en Soylent Green (1973). Imagen del Internet

Para iniciar la última década del siglo pasado, los franceses Marc Caro y Jean Pierre-Junot dirigieron la película Delicatessen (1991). Esta película nos muestra un rincón de Francia, en un ambiente post-apocaliptico, donde en un edificio en ruinas habitan, en distintos apartamentos, un conjunto de personajes peculiares. Su aparente líder es un carnicero que atiende su negocio en la planta baja. Todos y todas se encuentran continuamente preocupados por el hambre. No hay casi nada para comer, y en vez de dinero, ellos y los pocos personajes que vienen de fuera, intercambian semillas de lentejas o maíz por servicios. El carnicero solo ocasionalmente tiene carne disponible, y ésta aparece regular y misteriosamente a los pocos días de que algún sujeto llegue al edificio y sea contratado por un trabajo anunciado en el periódico “Tiempos difíciles”. Los habitantes del edificio no se atreven a salir ya que se encuentran rodeados de un grupo amenazador que se llaman los “trogloditas”, sujetos que se alimentan de granos. Como en Soylent Green, el canibalismo es el recurso del que no se habla, pero se practica ante la escasez de alimentos.


El carnicero en Delicatessen (1991). Imagen del Internet

Quizás por encontrarnos en un momento histórico en el que las grandes corporaciones nacionales y transnacionales se han apoderado de nuestra alimentación, y crecen los monocultivos de transgénicos y otros organismos (vegetales y animales) genéticamente modificados; aumenta el número de granjas donde los animales (mamíferos y aves) son crecidos de manera inhumana y alimentados con alimentos procesados, muchas veces de la carne y huesos de otros animales;  y el procesamiento industrial de alimentos se ha universalizado y nos seduce con colorantes y saborizantes artificiales, así como potenciadores de sabor. Las imágenes que prevalecen del futuro de la comida son de desastre, caos y progresivo empobrecimiento. Esto podría explicar por qué en el cine no encontramos alegres imágenes de una mesa universal llena de alimentos “naturales” para todos. El tecno-catastrofismo de las películas del siglo veinte y lo que va del veintiuno es en gran parte resultado de la percepción del progresivo desastre ecológico y de sus consecuencias sobre la comida. Las promesas de las corporaciones productoras de organismos genéticamente modificados, transgénicos y pesticidas, de que resolverán el problema mundial del hambre están lejos de ser posibles. Esto es así porque no es la producción la que es insuficiente, sino que existe una distribución desigual de los alimentos que ha conducido históricamente a las hambrunas (ver por ejemplo el libro de M. Davis Victorian Holocausts. Famines and the Making of the Third World, 2001). Por ahora, seguiremos consumiendo el cine de la catástrofe, el apocalipsis y el yermo mundo post-apocalíptico.