El año
2013 el congreso del Estado de Yucatán declaró la comida yucateca patrimonio
cultural de la región. Poco después, durante el Festival de la Cultura Maya (17
de octubre al 3 de noviembre), el Gobierno del Estado de Yucatán declaró a
Valladolid como la cuna de la cocina criolla yucateca. Meses antes y después,
el mismo gobierno ha tomado medidas para definir los parámetros de la
gastronomía yucateca. Sin embargo, haciendo eco al discurso nacionalista del
centro del país, están tratando de promover la “gastronomía” maya. En el sentido común – que debo aclarar, el
sentido común no tiene nada de negativo, sino que está informado por los
discursos mediados/mediatizados de la ciencia – cocina, gastronomía, culinario,
se usan de manera intercambiable. Sin embargo, existen diferencias en sus
significados que se han establecido a lo largo de la historia de la cocina y la
comida. Quizás, sin querer, al tratar de “ennoblecer” a la cocina pobre, rural,
marginada del estado como una “gastronomía”, se le está haciendo un desfavor.
Quizás también, hay que pensar que la alta cocina, la Cuisine Nouveau (gastronomía)
y la cocina popular son distintas formas de cocinar y de alimentar a la familia
y a quienes le rodean, pero sus significados están complicados por diferencias
de clase social, nivel de ingreso y acceso al mercado global de comida,
religión, comprensión política del mundo, y visión ético-moral de la comida
(por ejemplo, vegetarianos, veganos, budistas, omnívoros, adherentes del
movimiento orgánico y del slow food,
etc.).
En
antropología, especialmente desde la década de los setenta del siglo pasado,
tomamos por descontado que no existen
términos neutrales. Por ejemplo, en 2013, una amiga canadiense cuyo nombre
aparece en los agradecimientos de mi libro Foodscapes,
Foodfields and Identities in Yucatán, me decía que le causaba una cierta
incomodidad que me hubiese referido a ella y a otras amistades en común como gourmands, ya que esta palabra, para ella,
quiere decir “glotona” (o glotón). Me extrañó, ya que su primera lengua es el francés.
Más recientemente, con un anfitrión francés, encontré la misma incomodidad
cuando usé el mismo término para referirme a la selectividad de su hijo con
respecto a la comida. Desde hace 15 años, mi referencia para el uso del término
es el tratado clásico de la gastronomía, publicado a principios del siglo xix, en Francia, por Anthelme
Brillat-Savarin. Este escritor, decía en La
Fisiología del Gusto (1825), “Gourmandise
es un acto de nuestro juicio, en obediencia al cual le otorgamos preferencia a
aquello que es placentero, sobre aquello no tiene esa cualidad” (p. 19). En efecto, en ocasiones este autor usa de
manera intercambiable las palabras gourmet
y gourmand para referirse a personas
con la capacidad de realizar distinciones finas entre ingredientes: por
ejemplo, son individuos capaces de distinguir de qué lado del puente de un rio
fue capturado el pescado, o la latitud en la que un vino fue madurado (p. 54).
Tanto Priscilla Parkhurst Ferguson (historiadora) como Amy Trubek (antropóloga)
en sus respectivos libros, Accounting for
Taste: The Triumph of French Cuisine (2004) y Haute Cuisine: How the French Invented the Culinary Profession (2000),
hacen referencia a una distinción entre quien es un gourmand, es decir, quien
tiene la capacidad de apreciar la comida (tiene buen gusto), y un gourmet, quien además de apreciar la comida,
tiene la capacidad para cocinarla correctamente. Nada que ver con la
glotonería. En efecto, el libro de Marcel Rouff (1920 [1961]) La vie et la passion de Dodin-Bouffant,
Gourmet, traducido al inglés como The
Passionate Epicure, narra las aventuras y búsquedas gastronómicas de un
francés de clase acomodada que tiene la capacidad de competir, por ejemplo, con
un aristócrata ruso que con los ingredientes más raros y costosos no logra
crear platillos que compitan con un simple potaje preparado de acuerdo con la
tradición doméstica rural francesa.
Si algo
nos sugiere la presencia del juicio de valor “buen gusto”, es que de manera
implícita sugiere que hay personas que no tienen buen gusto, y promueve la
distinción entre quien es un gourmand o gourmet y quien no lo es. Es decir, se
hace referencia a una diferencia de clase social. La comida es el resultado de
un conjunto de prácticas de cocina (culinarias) que tiene una carga social,
política, económica y moral importante. Por tanto, cuando decidimos llamar cocina o gastronomía al producto colectivo de la imaginación culinaria,
estamos realizando un acto de definición social, económica, política y moral
(entre otras cosas). Si hay algo claro en la historia de los sistemas de
cocina, es que el término gastronomía ha
sido acuñado para distinguir a la cocina de las elites de la cocina de la gente
pobre, o al menos con menos recursos que la elite.
En mi
propio trabajo he propuesto la distinción entre lo que llamo el campo culinario y el campo gastronómico en la cocina
yucateca. Me parece que esta distinción puede encontrar paralelos en otras
regiones, sea de México o de otros países (no voy a discutir aquí los casos en
los que no es así. Para ello ver mi artículo en Food, Culture and Society, 2010). Mi propuesta es que debemos
entender por el campo culinario un
conjunto o ensamblaje de ingredientes, recetas, prácticas, técnicas, y
tecnologías, que se mantiene abierto, que es lúdico, es incluyente, y cambiante
todo el tiempo. Sin embargo, como en cualquier sociedad, algunas recetas dentro
de este campo adquieren una cierta estabilidad.
Por ejemplo, cada familia puede hacer un puchero o potaje con
variaciones que satisfacen los gustos y rechazos del grupo, pero la receta
produce un platillo que todos reconocen como el nombrado. En contraste, el campo gastronómico es un ensamblaje de
ingredientes, recetas, técnicas, tecnologías, y de prácticas culinarias que
tienen un carácter excluyente, que siguen reglas bien establecidas para su
producción y consumo, y que tiene la apariencia
de permanencia y falta de cambio (aunque cambian lentamente; es decir, poseen
meta-estabilidad). En el caso yucateco, la gastronomía debe entenderse como un
conjunto de recetas derivadas de la cocina de la región. Sin embargo, distintas
instituciones sociales (los restaurantes, los libros de cocina, la prensa, la
televisión) han seleccionado de la amplia cocina local un conjunto de platillos
que se presentan como representativos, icónicos de la cultura gastronómica
regional. No son recetas creadas ex-nihil,
sino son producto de la creatividad de cocineras y cocineros locales que
han logrado conjuntar en sus cocinas, las recetas e ingredientes provenientes
de distintos lugares del mundo con aquellos locales, y han creado algo nuevo,
algo que es reconocible como gastronomía yucateca en Yucatán y fuera de la
región.
¿Por
qué surge una gastronomía? Investigadoras e investigadores dentro de campos tan
diversos como la antropología, los estudios culturales, la historia, la
sociología, y la filosofía, han argumentado que la gastronomía surge como parte
de ese impulso por crear un sistema reconocible de identidad y diferencia
(étnicos, localismos, regionalismos, nacionalismos y comopolitismos). La
primera gastronomía, la que reconoce o no a otras como tal, fue la francesa.
Brillat-Savarin estuvo ligado al viejo régimen; distintos chefs que perdieron
sus trabajos cuando sus empleadores perdieron la cabeza, se presentaron como
inventores de la Alta Cocina en los grandes restaurantes de la época. Cuando
las formas de la Alta Cocina se popularizaron, los cocineros, los
restauranteros, los escritores de libros de cocina inventaron la Nueva Cocina.
Siempre algo que separa a unos de otros. En este sentido, la gastronomía
yucateca es un producto cultural que permite identificar a los miembros de la
cultura regional y, al mismo tiempo, crea distancia de otras regiones del país.
Ha tomado cerca de 70 años el producir, establecer e instituir una gastronomía
yucateca con platillos que se convirtieron en representativos del espíritu de
la cultura regional. Para ello se ha enfatizado, y esto se puede ver en
distintos sitios web que pregonan las bondades y virtudes de la cocina
yucateca, que esta gastronomía se ha enriquecido con las aportaciones de las
cocinas europeas, la cocina medio-oriental, y la cocina maya. Es una cocina
criolla, cosmopolita, en la que se mantiene el aprecio por lo local.
Recientemente
vemos esfuerzos por “ennoblecer” la cocina de otros grupos regionales
tratándolos como “gastronomía”. Sin embargo, debemos preguntarnos quiénes se
encuentran detrás de este impulso. Ciertamente son líderes político-culturales
quienes quieren presentarse como los voceros de esos grupos y como defensores
de sus cocinas. ¿De qué las defienden? La cocina es cambiante: cambia la
tecnología y cambian las formas de cocinar; cambia el acceso a ingredientes y
cambian los sabores de los alimentos; cambia el ingreso de las familias y
cambia lo que comen; cambian de edad y cambian sus preferencias por la comida.
Es sólo en un contexto en el que la cocina, al convertirse en gastronomía,
adquiere un valor agregado para su venta a turistas que vemos el surgimiento de
grupos de interés económico que tratan de promover la cocina de un grupo dado
como “gastronomía”. Este, sin embargo, es por el momento un proceso inevitable.
Como antropólogos nos queda hacernos preguntas acerca de las consecuencias de
esta transformación para distintos grupos de personas. ¿Cómo viven ellos y
ellas estas transformaciones? ¿Las viven como una ganancia o una pérdida, o son
indiferentes a ellas? ¿Qué motivaciones sociales, económicas, políticas,
ético-morales se encuentran detrás de la redefinición de una cocina como una
gastronomía? No son preguntas a las que se puede responder a la ligera. Se
necesitan estudios antropológicos que examinen estas transformaciones, sus
orígenes y consecuencias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario